El año en el que nos dimos cuenta de todo lo que tenemos

Silvia A. Ojeda Espejel*

 

Este texto narra en positivo las experiencias vividas durante la pandemia, sin demérito de aquilatar los retos y frustraciones vividas, especialmente en el ámbito educativo, e invita a aprender de la experiencia y a usar este aprendizaje para mirar hacia adelante, valorando la colaboración y las instituciones que nos forman: familia y escuela.


El reto

Cuando me postulé para escribir este artículo, en respuesta a la convocatoria de MUxED, estaba muy entusiasmada con la posibilidad de compartir muchas de las reflexiones que he hecho desde 2020. Al paso de los días, caí en la cuenta de la dificultad de hacer una reflexión medianamente profunda (o al menos sincera) sobre la huella y los retos que me ha dejado la pandemia, en mi caso hablando desde el privilegio.  El mío y tal vez el de la mayoría de quienes me estarán leyendo. Y no solo eso: escribe una mujer que considera que los últimos dos años de su vida son de los más maravillosos que he vivido.

Dicho lo anterior, y quizá a manera de justificar las limitaciones de este texto, pensé que era más honesto escribir sobre lo que me di cuenta que tenemos la mayoría, porque también tengo la fortuna de poder mirar otras realidades diferentes a la propia. Así que, aún con mis lentes, comencé a escribir.

 

Las cifras

Antes de la pandemia, había poco más de 4 millones de niños y niñas fuera de la escuela[i] y uno de cada tres niños y niñas llegaba a 3º de primaria sin dominar los aprendizajes fundamentales de lengua y matemáticas[ii]. Hoy, según el estudio realizado por México Evalúa y la escuela de Gobierno y Transformación Pública del ITESM[iii], sabemos que la pérdida de aprendizajes durante la pandemia ha sido, en promedio, mayor de un grado escolar, y la retirada de la escuela de más de medio millón de estudiantes se sumó a los millones que ya estaban fuera, señalados arriba.

Adicionalmente, en un comunicado del 8 de septiembre de 2021 publicado en el marco del día mundial para la prevención del suicidio (10 de septiembre), el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI)[iv] señala que en el año 2020 sucedieron 7,818 fallecimientos por lesiones autoinfligidas en el país. Esta cifra representa 0.7% del total de muertes en el año y refleja que la tasa de suicidio es más alta en el grupo de jóvenes de 18 a 29 años, ya que se presentan 10.7 decesos por esta causa, por cada 100,000 jóvenes.

Así, esta pandemia puso una presión importante en la salud mental de niños jóvenes y adultos, que tan olvidada estuvo durante décadas; aunque hoy la reconozcamos como parte integral de la salud general de las personas.

 

El día a día

Regresando al ámbito educativo y, de forma particular a la educación básica, mientras millones de personas se debatieron entre el desempleo, la enfermedad, los problemas económicos, la desesperación, la falta de oportunidades, la ansiedad, el miedo, además del encierro, los estudiantes fueron testigos impotentes del cierre de escuelas, las clases a distancia y de un inmenso abandono del mundo de los adultos para con la infancia.

En el marco de este triste panorama se asomó una inesperada gran oportunidad para algunos padres y madres de familia de involucrarnos un poco (o un mucho) más en el aprendizaje de nuestros hijos e/o hijas. Pudimos mirar los enormes esfuerzos de sus profesores y profesoras, directivos escolares y otras autoridades educativas que realmente hicieron lo necesario para que niñas y niños siguieran aprendiendo. Pudimos constatar la magia de ese proceso de enseñanza y aprendizaje de manera cercana, desde una trinchera diferente a la que nos tocó cuando fuimos estudiantes.

Se organizaron colectivos de padres y madres de familia atentos no solo a los procesos administrativos. Comenzaron conversaciones sobre las clases a distancia y una verdadera atención sobre los avances que niñas y niños mostraban, así como sobre las competencias docentes necesarias para impartir clases, en general y en las nuevas modalidades.

Maestras y maestros, que quizá nunca antes habían sido sujetos de la atención familiar, empezaron a figurar en las conversaciones de los hogares, sobre todo si daban ejemplo de un buen uso del tiempo, manejo del grupo y lograban que sus estudiantes se interesaran en diversas temáticas. Hubo quienes trajeron clases preparadas (en el caso de las clases virtuales) y también hubo maestras y maestros emblemáticos (como los del premio ABC de Mexicanos Primero[v]) que sacaron lo mejor de sus estudiantes con herramientas a distancia o con clases periódicas cuando las posibilidades de conectividad eran limitadas. Hubo maestros que trabajaron con la dificultad de la discapacidad, de la falta de conectividad, en ambientes adversos, pero con la confianza de que podían hacer su mejor papel para sus estudiantes, que realmente les necesitaban más que nunca.

Algunos pudimos acompañar hitos excepcionales del aprendizaje de nuestros niños y niñas: los comienzos de la alfabetización en algunos casos, incluyendo el momento mágico en que le cambia la cara a una criatura porque al final entendió y comprendió lo que sus ojos veían y comenzó finalmente a leer. Repasos de las tablas de multiplicar, las fracciones y para los más grandes, el álgebra, el cálculo y todos los retos de las matemáticas.  

También nos pudimos asomar a las clases de educación física y observar la destreza (o no) de nuestros hijos e hijas. Vivimos la magia de los primeros reencuentros y la alegría (y energía) de los abrazos. Algunos nos dimos cuenta de cuánto disfrutamos la compañía de nuestros seres queridos y cuánto nos gusta estar cerca; algunos otros nos dimos cuenta de cuánto nos hacía falta estar solos y organizar nuestro tiempo sin las presiones del exterior.

Al igual que los adultos, muchos jóvenes se dieron cuenta que la vida es mejor en compañía de otros y también que la soledad es, en ocasiones, una mala consejera. Para muchos, la escuela se convirtió en un refugio al cual añoraban regresar, en el que se dieron cuenta de que sí querían estar.

Hubo quienes estuvimos cerca de los primeros indicios del comienzo de la adolescencia. Ver las caritas de inquietud, de entusiasmo, de duda y también de apatía y tristeza. Pudimos vivir de cerca los cierres de ciclo escolar con la alegría de haber concluido al fin un año incomparable con nada semejante que hubiésemos vivido en la era moderna. Nos dimos cuenta de lo frágiles que somos, pero también de lo verdaderamente importante que es la salud y la familia; la maravilla de los pequeños detalles y la oportunidad de estar juntos y juntas.

Al hablar de la familia, estos años nos han permitido recordar el valor y la grandeza que tiene esta institución. Pudimos ver y constatar el poder de las relaciones, del apoyo, de la alegría que provoca ayudar a alguien más, de poder apoyarle con pequeñas grandes cosas.

Nos dimos cuenta de todo lo que tenemos y que no cuesta dinero.

Al ver todo eso en retrospectiva, creo que, como sociedad, y a pesar de las dramáticas cifras que retratan los estragos causados por la pandemia, tenemos muchas oportunidades de hacer las cosas mejor que como las hacíamos y de retomar todo lo bueno que nos dejó esta pandemia, como ver la infinita resiliencia de nuestra niñez. De ahí, ojalá nunca olvidemos el involucramiento en el aprendizaje, en las emociones de nuestras niñas y niños, en la cercanía, el apoyo y la solidaridad. En el poder de las relaciones (porque juntos llegamos siempre más lejos) y en el verdadero valor de las instituciones que nos forman, que son la familia y la escuela.  

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*Silvia A. Ojeda Espejel

Integrante de MUxED. Comunicóloga Educativa, especialista en Desarrollo Cognoscitivo y Maestra en Educación. Responsable del Instituto Natura México. Apasionada de la educación desde hace más de 20 años y comprometida por hacer un mundo mejor. Casada con Beto hace 17 años. Mamá de Mariana y Ximena. Le encanta correr, hacer pan y estudia cello con la ilusión de un día tocar dignamente la suite No. 1 de Bach.




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