¿Cuál es la historia de la educación de tus abuelas? A cien años de la creación de la SEP
Luz María Stella Moreno Medrano*
A cien años del nacimiento de la Secretaría de Educación Pública es posible ver cambios en las oportunidades educativas de diversos sectores sociales. Sin embargo, las brechas se siguen acentuando para ciertos grupos y en ciertos niveles educativos. Aquí una reflexión de lo que hemos cambiado en cien años a partir de las experiencias de nuestras abuelas. Tomar como punto de partida sus propias historias nos permite ver cambios y así, enunciar también los desafíos a partir de nuestros propios lugares de enunciación (clase social, edad, sexualidad, religión, lugar de procedencia, etc.); y todo este sentido histórico, personal, familiar, situado en un contexto específico mexicano, nos ubica de manera más encarnada en “la lucha” para que, en los próximos años, el derecho a la educación se haga realidad para todas y todos.
Mi abuela nació un 21 de junio de 1922 en un pequeño poblado llamado Encarnación de Díaz, Jalisco, bien conocido como La Chona. Ella nació en el seno de una familia católica, hacendada y con privilegios; mi abuela hablaba de peones, nanas y caballerangos. Quedó huérfana a los 6 años de edad; su madre tuvo cáncer de mama y no hubo tratamiento que pudiera evitar que una joven mujer muriera por esta enfermedad, aun con privilegios. En esa época, además, el mundo también se enfrentó a una pandemia, la de la influenza española, y muchas personas perdieron la vida.
Empiezo este blog hablando de mi abuela porque justo un año antes de su nacimiento nace la Secretaría de Educación Pública en nuestro país. Y esta coincidencia me ha hecho comprender desde mis afectos y las historias compartidas con mi abuela, cómo el contexto sociohistórico ha cambiado drásticamente en un siglo. A mi abuela le tocó ser niña en medio de una convulsión social importante que buscaba quitarle poder y bienes acumulados a la Iglesia. Las clases privilegiadas, como la de mi familia materna, gozaban de educación privada ofrecida por monjas y curas, que no era así para los hijos e hijas de “los peones”. Así nuestro México de inicios del siglo XX.
En julio de 1921, José Vasconcelos es nombrado el primer secretario de educación con la firme intención de dejar de lado la educación para “las castas” y llevar la “modernidad” a todos los “hombres” (sic). En palabras de Vasconcelos se requería una educación pública para “salvar a los niños, educar a los jóvenes, redimir a los indios, ilustrar a todos y difundir una cultura generosa y enaltecedora, ya no de una casta, sino de todos los hombres”. Aquí nace también la idea del mestizaje y de la famosa “raza de bronce” que nos ha hecho negar nuestras diferencias, negar nuestros distintos colores de piel, lenguas, saberes y formas de vivir para invisibilizar a los pueblos originarios y afrodescendientes en nuestro país. Es así como nace la SEP, en la búsqueda por la modernización del país y el desdibujamiento de sus diferencias para buscar el progreso y el posicionamiento económico.
Durante su infancia, a mi abuela le tocó vivir de primera mano la Guerra Cristera, su padre y su madre solían esconder curas y monjas en la hacienda. En palabras de mi abuela:
Los cuatro sacerdotes y las diez monjas que estaban escondidos en nuestra casa en Encarnación y en el Tepozán volvieron con sus familias, pero a mi papá le siguieron diciendo Papá Mon, aun después de muchos años, en recuerdo de aquellos días en que fue un padre para aquella gran familia. Los sacerdotes se sentían mucho más seguros en las ciudades grandes que en el campo, que estaba prácticamente abandonado. La mayoría procuró irse a la ciudad de México o a Guadalajara.
Cuando era claro que la lucha había terminado, la gente empezó a cambiar sus monedas cristeras por las del gobierno, aunque las primeras fueron aceptadas todavía un tiempo después de terminar la guerra. Después ya nadie las quería, sólo los coleccionistas. Yo apenas tenía siete años, Lola ocho, pero sentíamos que habíamos vivido ya mil años[1].
La desigualdad de esa época, situada en el centro del país, podía verse en las diferencias entre campesinos y hacendados, como mi bisabuelo, con un gran corazón, pero que, sin duda, mantenían el monopolio de las tierras. Cuando mi abuela quedó huérfana, la mandaron a un internado de monjas a estudiar la primaria y la secundaria. Se casó a los 17 años y tuvo 8 hijos, uno por año.
Recuerdo las pláticas con mi abuela de las múltiples violencias que vivió con mi abuelo, un hombre mimado y clase mediero que le doblaba la edad y que se la llevó a vivir a Aguascalientes. Las primeras tres hijas de mi abuela, mi madre la primogénita, fueron a la Normal del Estado. Mi madre entró a la Normal en el año de 1954, cuando tenía 13 años de edad, después de terminar la secundaria. Para las jóvenes como ellas, las opciones se reducían a estudiar la Escuela Normal del Estado para Señoritas o entrar a la academia para ser secretarias ejecutivas, no había más.
La SEP de ese tiempo tenía por prioridad terminar con el analfabetismo en el país y lograr por lo menos, que la educación básica llegara a todos los rincones del país. Por eso, las Misiones Culturales y la edición de libros de texto que llevaran las ideas de los clásicos europeos a todas las zonas del país. La educación tecnológica de la juventud tenía poco alcance en ese momento y estaba muy enfocada en los hombres. En ese momento, la brecha de género en México ni siquiera se cuestionaba, era la norma.
Mi madre y mis tías son normalistas y se dedicaron muchos años de su vida a las tareas educativas, como maestras de preescolar, primaria y bachillerato. También dedicaron gran parte de sus vidas a ser madres y a hacerle frente a los avatares de las violencias domésticas de diversos tipos: sexuales, económicas, psicológicas, entre muchas otras que ahora, nosotras podemos nombrar, pero que, en ese tiempo, se normalizaban como parte de ser una “buena mujer, una buena madre y una esposa abnegada” (en eso, la Iglesia mostró la continuidad de su poder, pero también mediaba en ello la educación…).
Las últimas dos hijas de mi abuela nacieron a principios de los años cincuenta, solo una década después que mi madre y ellas ya no tuvieron que elegir ir o no a la Normal para ser maestras. Sus oportunidades se expandieron y la más pequeña de ellas, logró romper la barrera de la secundaria terminada de mi abuela en un colegio de monjas al terminar un doctorado en psicología en Estados Unidos con becas gubernamentales.
En menos de dos décadas, la situación del país había cambiado radicalmente para algunas mujeres. Como todos los movimientos feministas en el mundo, siempre son las mujeres de clases medias y altas las que primero nos beneficiamos de estos cambios. Por eso el feminismo negro surge en contraposición con los feminismos blancos que no consideraban la raza y las condiciones laborales y de exclusión de grandes sectores de la sociedad estadounidense. Así, en México, las necesidades educativas de las mujeres del centro del país siguen siendo radicalmente distintas a las del sureste y a las del norte, a las de raíces criollas, originarias o afrodescendientes. En el caso de mi familia, mi tía Luisa, la menor, rompió el techo de cristal y nos abrió el camino a todas las que veníamos atrás, pero muchas siguen sin lograr llegar todavía.
Yo tuve la oportunidad de estudiar también una carrera en educación (porque la vocación educativa parece que se hereda), he contado con becas completas de estudios universitarios y logré mis posgrados en Harvard y Cambridge. No sé si mi hija quiera seguir esos pasos, pero sin duda ya conocimos el camino y por lo menos, ella tiene la posibilidad de construir su propio proyecto de vida.
En tan solo cien años, hemos dado un salto cuántico en oportunidades educativas para algunas de nosotras. Y resalto esto porque ha sido solo para algunas. Las brechas educativas siguen siendo abrumadoras para el 80% de la población. Así es, aunque no pertenezco a las clases más privilegiadas del país, sí debo reconocer que pertenezco a ese 20% de la pirámide que no ha experimentado el hambre, la discriminación social, la falta de acceso a la salud, la falta de acceso a la justicia o la violencia física, entre muchos otros problemas. Por eso, mis oportunidades, aunque tendrían que ser vistas como derechos, siguen siendo privilegios de clases medias; porque todavía no logran ejercerlo todas.
A cien años de la creación de la SEP y a cien años del nacimiento de mi abuela María Luisa, me parece importante resaltar que la lucha no es por algunas, es por TODAS; aquellas que no lograron romper el círculo vicioso de la pobreza y la falta de oportunidades en este siglo, aquellas que siguen viviendo opresiones por su etnicidad, su clase social o sus neuro divergencias; aquellas que no han logrado romper el patriarcado dentro de sus mismas comunidades porque siguen siendo consideradas objetos de intercambio comercial. Este siguiente siglo va por TODAS, para lograr la igualdad en derechos y que no nos penalice simbólica y materialmente cuando nuestras decisiones no son aprobadas por la Iglesia, los juzgados o nuestros grupos sociales.
Hace dos años, en el 8M del 2020, la Red de Mujeres Unidas por la Educación nos dimos a la tarea de unir nuestras voces y de formar un movimiento de mujeres que pusiera nuestros privilegios educativos al servicio de todas esas compañeras que no han visto garantizados sus derechos. Hace dos años que comenzamos a hablar de violencias, de oportunidades, de abrir espacios en donde nuestras voces se escuchen claras y fuertes y así, desde ese momento hemos podido socializar materiales, compartir experiencias y preocupaciones con mujeres en diversos rincones del país: madres de familia, maestras, promotoras educativas, niñas, adolescentes, mujeres trans, lesbianas, que han usado los materiales en relación al Paro de Mujeres para poder socializar con otras, otros y otres las razones de nuestro movimiento, las causas de la digna rabia (retomando el término zapatista) y las posibilidades para dirigir nuestras luchas desde la sororidad y la lucha común. Estos espacios aún no logran verse desde las propuestas de la SEP. Estos espacios educativos aún faltan que lleguen a ser parte de la propuesta educativa que se genera desde la SEP, para todos y todas. (sugerencia)
Las brechas de género en nuestro país siguen siendo enormes: nos hace falta ver más rectoras en nuestras universidades, más presidentas de los consejos empresariales, más diputadas, más senadoras, más presidentas de la República; y también necesitamos ver a más hombres cuidadores, cocineros, enfermeros, maestros, papás dedicados a los cuidados del día a día, de las decisiones de comida y salud de pequeños, pequeñas, y personas de la tercera edad. Ahí, en la construcción de esas redes de cuidado es en donde pongo mis esperanzas y en donde estoy segura, que mi abuela María Luisa, también pondría las suyas.
Contemos La Centena de la SEP a la luz de la historia de nuestras abuelas y esperemos que vaya escribiéndose un nuevo capítulo desde la inclusión de la atención de las violencias y desigualdades en la educación y, por lo tanto, en la historia de nuestras niñas.
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[1] Parada, María Luisa. (2012). Grandes Tiempos. México: LM Libros de México
*Luz María Stella Moreno Medrano
Es integrante de la Red de Mujeres Unidas por la Educación. Es directora del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo de la Educación (INIDE) de la Universidad Iberoamericana. Su línea de investigación es la educación intercultural desde la agenda anti-racista y feminista. Es profesora en el Doctorado de Estudios Críticos de Género, el Doctorado Interinstitucional en Educación y la Maestría en Investigación para el Desarrollo de la Educación. Es miembro de la asociación internacional “Schools as Learning Communities” encabezado por el Dr. Manabu Sato de la Universidad de Tokyo.